Saruma

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El maestro Saruma era parco en sus conversaciones y certero en sus juicios. Escrutaba silencioso a las personas y conocía sus pensamientos, como si los estuviese leyendo.  Estudió en dos Templos tibetanos y fue iniciado, discípulo y luego maestro de la escuela Sagrada de Samballah, la creada e increada.  Centro de Sabiduría de donde salen dos maestros cósmicos por cada siglo de Tiempo.  Donde conocen la armonía absoluta e infinita del Universo, con la belleza del espíritu que vibra al conjuro de la Energía Cósmica Creadora de todo lo material e inmaterial.  Son las tres fuerzas depositadas en el Tri-murti, Tri-guna, el Tri-megisto, La Tri-nidad, el Illapa de la Luz, en la pureza del Mediodía que nos convierte en Hijos del Sol.  Por eso Saruma se siente un indoario, un Siddha reencarnado en lo cósmico, lo telúrico y lo mental.  Es un hijo de la Luz y la Verdad, un humilde mensajero de la Sabiduría Eterna, de la Paz y del Amor.  Aparece y desaparece, como si fuera una estrella que tanto está entre los hombres, la tierra o el espacio sin límites.    Da y enseña, pero no juzga. Llega en los siglos de la metafísica Samballah y educa con la Paz que lleva en su espíritu inmaterial, acrecido y purificado en cuantas reencarnaciones  lo han precedido y vive entre nosotros como un Hombre y como un Ser Mutado en sus conocimientos, cuya memoria conoce lo de ayer y lo del mañana.  Es un Hijo del Sol, no admite fanatismos, sectarismos o exclusiones.  No quiere dogmatismos.  Todo se enseña y se aprende con amor y con humildad.  Viene a mi casa y yo lo trato como a un hermano, le brindo comprensión y hacemos intercambio de conocimientos, ideas y esperanzas.  Me habla como si yo fuera el Único, el Estadista, no solo para las ocho notas musicales de la Escuela Metafísica, sino para la Tierra en que vivo y para la misma Humanidad.
Desde su juventud conoció al Bastón de Mando o Piedra Negra de Basalto, en muchos Templos se lo conocía y se lo ubicaba espiritualmente.  Para ellos era “Simihuinqui” la Piedra que Habla o también, la Lanza que Habla.  Luego visualizaban al Bastón de Mando, junto a su poseedor a quién llamaban “Iqui Simihuinqui” o sea, el Portador, el Poseedor del Toki Lítico Armoricano.  Sin embargo, antiguos estudiosos de Argentum, prefieren la voz quichua de “Intichacmani” y los peruanos o cuzqueños, emplean para nombrarme, la palabra utumaruna, del quichua sagrado que dice “Wilka Uma”.
El Maestro Saruma deja un Mensaje al Bastón de Mando que le llama “Mensaje al Consejo de la Ley del Simihuinqui”, donde habla entre otras cosas, de la Ciudad Mitológica de Erks, de los Tres Espejos y de sus sonidos metafísicos, del Templo de la Esfera y de Witaicón, el Maestro Supremo del Recinto de Erks.  Al hablar de Simihuinqui, manifiesta que allí se encuentra la Ley Cósmica para gobernar y enumera por sus nombres ancestrales, a todas las Luces del Espacio que representan a los sabios maestros del Consejo de Erks.
También el maestro tibetano, en sus mantras entonados con dulcísima voz, hace oír de manera inteligente, los cantos del “Despertar de Simihuinqui”.  De tal manera, podemos definirlo como un Ser Cósmico, reencarnada Luz que ilumina a sus hermanos y les habla de un mundo de belleza, donde las naves o entidades cósmicas, son portadoras del eterno mensaje que muy pronto, harán posible el regeneramiento humano y el orden cósmico inexorable, se aplicará entre los Hijos de la Luz del Mediodía.  El Maestro Saruma partió un día, sin decir adonde se iba.  Con la real y misteriosa humildad que reflejaron todos y cada uno de los días que me visitó, y viajó a las sierras de Viarava y Charava, envuelto en su misticismo y en sus premociones políticas, sociales y metafísicas, pues de acuerdo al hermetismo de su compleja sabiduría, repetía la antigua sentencia de que Uno es Todo y ese Todo, también es Uno.Sus cantos celestiales quedaron grabados en mis oídos y en el de todos a quienes se los hemos hecho escuchar.  Sirviendo todo ello para transmitir las enseñanzas de los grandes maestros del espíritu, como Orfelio Ulises, Francisco Torres, entre otros y el tibetano Saruma, último de los sabios herméticos que he conocido.

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