Viaje a Ixtlan

alogía como la más valiosa. Aquí, el autor retoma desde sus inicios las conversaciones con el brujo yaqui, figura central de la narración, y se desprende de los alucinógenos y psicotrópicos como único medio para acceder a realidades distintas: se deja conducir hacia otras formas de percepción sin necesidad de consumir sustancia alguna. Esta vez, el centro de la trama se desplaza a la revelación del hombre occidental, quien, libre, natural y en armonía con la esencia de las cosas, alcanzará el estado místico del guerrero. Pero esta transición sólo sucederá luego de superar arduos momentos de rebeldía, escepticismo y arrepentimiento.
Castaneda se aleja paulatinamente de su estado de iniciado para acercarse a algo que podríamos llamar iluminación, gracias a la búsqueda de otras fuentes de conocimiento, un conocimiento que consiste en contemplar el mundo en su estado puro y concebirlo como emanación del espíritu. Este Viaje a Ixtlán es una lectura esencial para todo aquel que se cuestione sobre el misterio del universo y que busque un aprendizaje profundo sobre cómo convertirse en cazador.
Éste es el tercero de los cuatro relatos sobre la transformación de Castaneda, quien habría de convertirse en el último eslabón de una larga cadena de sabios yaquis, profundos conocedores de la fuerza interior y de las virtudes de ciertas plantas para lograr que ese poder se libere y dé paso a lo mejor de uno mismo.

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